Allen era un buen muchacho, pero muy poco marino. Por más que yo intenté explicarle las maniobras, no pude. Miraba al mar como algo sin interés. Tenía espíritu de labrador.
Otro hombre bueno en el fondo era Franz Nissen, el timonel. Hablaba muy poco, y nunca de su vida. Era un buen marino aquel hombre silencioso. Zaldumbide me contó que, estando en el servicio -parece que había servido en la Marina danesa-, un oficial, injustamente, le mandó azotar. Poco tiempo después, Nissen, una noche, regó con petróleo la cama y el cuarto del oficial y les pegó fuego. Después se escapó no sé cómo.
Mi mejor amigo en el barco era Allen. Él conocía mi vida y yo la suya. Estábamos unidos como si fuéramos hermanos.
Su amistad me hacía más llevadera mi estancia en El Dragón. Charlábamos; yo le enseñaba lo que sabía. Él hablaba. Así pasamos meses y años en medio de peligros continuos.
Hicimos una porción de viajes llevando desgraciados negros de Angola y de Mozambique al Brasil y a las Antillas.
Nunca llegué a acostumbrarme al espectáculo de miseria y de horror que ofrecían; casi siempre me metía en el camarote, para no ver aquellos desdichados. Zaldumbide los trataba bien; pero eso no evitaba que el espectáculo fuera repulsivo.
El Dragón no era de aquellos clásicos negreros que podían considerarse como ataúdes flotantes. Estaban bien estudiadas la capacidad de aire, la cantidad de agua necesaria y la manera de evitar la infección y los miasmas pútridos. Zaldumbide comprendía que su negocio no estaba en dejar morir a los negros.
Por lo que me decían todos, antes de llegar yo al barco se llevaban partidas grandes de ébano, y la tripulación se mostraba dócil. En mi tiempo, la mitad de los días los marineros estaban sublevados. Se salía de estos peligros a la buena de Dios.
Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía.
1 comentario:
Locos gavieros, desde Alemania os deseamos una feliz vuelta al "cole".
Muchos besos y abrazos.
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