"Buenos marinos", habría dicho el portugués, pero no en esos tiempos de brusco zangoloteo no tenía ni tiempo ni ganas de decir nada, ni en su lejano idioma de navegantes ni en alguna de las lenguas aprendidas a los dos lados del estrecho. Lenguas de indios que al portugués primero sonaban más a ruidos de guijarros que a palabras, hasta que la porfiada costumbre humana de nombrar las cosas hizo que las aprendiera para llamar hiel a las entrañas del negrero, y ambrosía al recuerdo de la mujer que visitaba sus sueños.
Luis Sepúlveda, Desventura final del Capitán Valdemar do Alenteixo, Ediciones B, 2001.
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