Sara R. Gallardo y Juan Andrés García Román durante su visita a la gavia I. Foto: Ana Santos Payán |
"La poesía no es únicamente el poema escrito, sino todo aquello referido a la vida cotidiana capaz de instaurar en su flujo monocorde un sobresalto por el cual es posible considerar la existencia como sorprendente y extraña, como un don singular que debemos apurar hasta el fondo. La poesía, entendida como poiesis, creación de mundo y sensibilización de lo que nos rodea, proporciona una vivencia inmediata, no intelectual sino anímica, desorientadora y, por eso mismo, amplia".
(Manuel Crespo, en http://www.gruposurrealistademadrid.org/node/118)
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El Gaviero, Ana y Pedro, viven a golpe de verso, y eso es un acto poético.
Diego de Haro, ilustrador de "Epidermia" (lo sé porque le conozco de cerca) crea y vive, y comparte sus vivencias de mirada a mirada, que es lo que hacen los fotógrafos, abrir mucho los ojos para absorber la luz y la vida, para proyectarla luego, y que ilumine hacia afuera. Y él es un acto poético.
Sara R. Gallardo y sus letras, que se cuelan por mis entrañas como si fueran mucho más que escritos, se muestra como una mujer desnuda: frágil por fuera, densa y fuerte por dentro. Poética, experimental, ilimitada, rebelde, escéptica, surrealista.
Sara habla de la permanencia de las cigüeñas sobre sus nidos en un mundo en el que la fugacidad y el cambio nos convencen de que no somos humanos. Es por eso que el desarraigo nos hace sentirnos solos. Es por eso que la poesía en ocasiones deja de serlo. Somos cigüeñas, que cambian de nido según la estación, aves carroñeras que vuelan en círculo "alrededor de sus memorias": "Desaparecer. No existir. En confrontación con los demás, lo de afuera". "Epidermia" es un diálogo de Sara con su propia piel y la de otros, en el que se refuerzan capas de tejidos con costuras, que evidencian cicatrices pero invitan a la resistencia: "Estarás segura aunque te sientas aislada".
Quien se define como antipoeta puede ser a la vez quien más ame la poesía. En este caso vivirla es un acto de consciencia: "Ver tu vida como si no fueras tú y a la vez ver la vida de los otros. Descubrirte en ti mismo como si te miraras en otros ojos". Pero esa misma consciencia que la hace mirarse, la vuelca también hacia el texto, creándolo tal como es, a golpe de mirada, sin aditivos: "No es necesario revestir la poesía de nada, si elaboramos un discurso estamos ya manipulando nuestros pensamientos". Es por eso que se muestra desnuda, con esa "desnudez impúdica".
Sara ironiza con la poesía "bonita", porque sabe que no sería un calificativo para la vida, para cualquier vida. Ella que padece el inamor, cuyo estómago rechaza la luz, porque es "un animal que busca alma y manos", sabe que la existencia es "sorprendente y extraña" y la nostalgia "una película que se termina en la penúltima escena". Nos muestra la mirada de quienes hoy escogen el camino de las letras para buscar en la tierra, ahondando, algún que otro puñado de razones que llevarse hacia la superficie: "la luz que me recorre por debajo de la piel y dentro de los órganos".
Un ritual de huesos astillados, óxido y heridas la muestra en su lado más surrealista: "El sonido borroso del sol y del día", del invierno en mayo. Una postura cuando menos existencialista, que la lleva a no ser y a no usar el verbo. Pero a través de esa sensación, denuncia. Denuncia un lugar donde las palabras no son libres, por mucho que así lo queramos: "Voy aprendiendo el oficio. Aprendo a callar"; denuncia una época en la que la imagen ya no comunica: "Tú no sales en la foto, eres objeto observante"; denuncia a corazones mediatizados para los que cada escena vital es ya susceptible de convertirse en espectáculo: "3,2,1, cámara, acción."
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