jueves, 6 de agosto de 2009

cuaderno estival 8

Foto: Ana Santos Payán

Límites para el cielo


Después el sueño
lento,
la morosa

caducidad de un niño.


El animal que olvida la distancia.


Ana Gorría, Araña, El Gaviero Ediciones, 2005.

4 comentarios:

camaradeniebla dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
camaradeniebla dijo...

Liebres, palabras

Cada cosa en el mundo vibra con la carne insustancial de su réplica.
Las palabras son espejos.
El cazador más infortunado siempre vuelve a casa con el morral repleto de la palabra “liebre”, o de su plural, “liebres”. Aunque la bolsa regrese vacía la palabra del cazador siempre cobra su presa. Dispara. No falla. Cae abatida la liebre imaginaria en la tierra y la palabra entera entra con su carne herida en el morral de cuero, puro sentido, vibración, sinécdoque.
Dentro de un grito, en cambio, dentro de un sonido gutural y simple, no parece haber nada más que materia sonora, sustancia elemental, sin forma de la lengua. Sin embargo, en ese grito están todas las cosas, está el universo con sus piedras austeras, con sus piedras que todo lo repiten y todo lo crean, las palabras.

Rafael Courtoisie.
Poesía y caracol.

Dr. Flasche dijo...

"El animal que olvida la distancia"

Me parece realmente interesante. Supongo que yerro en mi lectura, pero para mí este verso ahonda en la brecha de la imperfección, en la rotura de la simetría como semilla de un mundo nuevo.

Esa idea, potente, la podemos hallar en muchos ámbitos. En el cristianismo, por ejemplo, nacemos por definición impuros, imperfectos. Si uno extrae siglos de control político de esa metáfora, y la limpia, puede acceder a una idea interesante:

"El animal que olvida la distancia".

Ese olvidar, volverse algo diferente de la perfección, de la esencia, distanciarse de ella, volverse distinguible: la imperfección, se convierte en el vacío a rellenar, el camino [infinito] a recorrer a lo largo de la vida. El olvido es pues la libertad de escribir/recordar ese mundo ideal del que nos hemos separado, y del cual, desde nuestro olvido, podemos darle la forma que 'queramos'.

Ese es para mí, el sentido más hondo de la creación, el de la elección propia, la elección ante la pregunta qué camino seguir. En ese escenario, dos palabras se me antojan clave: andar y actitud.

Andar, hace camino [asegura la existencia, o está dándole la vuelta, está garantizada porque somos], pero es la actitud la que le da una forma u otra al camino. La segunda pues es la que dependen en mayor medida del individuo, de su relación con el medio, de su capacidad de entender, de sus alucinaciones [la idea quijotesca de la alucinación, me vino leyendo a 'u' y a Lizano, y ahora me parece elegante y bella].

Entonces:

"Dispara. No falla."

Expresa de una manera de una manera elegante, concreta y precisa, la dependencia en el observador de la realidad. El mundo que conocemos es el que vemos. Depende de nuestras alucinaciones, de nuestros modelos y predicciones. De nuestros disparos.

Tanto el poema, tal y como yo los entiendo [disculpad las licencias de significado que me he tomado, y mi interpretación libre] como el texto del comentario me parecen excelentes reflexiones pues alrededor de estos dos aspectos sumamente apasionantes.

¡Felicidades!

GERMÁN GUIRADO dijo...

La distancia animal entre el recuerdo y el olvido.