Fado sobre la piel
Nuestra impotencia ha quedado
ahí entre ella y yo. Y la tarde indiferente afuera arrojando puñados de
ceniza. Me sirve una tapa recalentada, pero me la sirve como si fuera
una flor recién extraída de la niebla. Se matriculó hace dos años en
Sociología, es morena, más de una vez la he sorprendido detrás de la
barra subrayando párrafos de El suicidio de Durkheim... Y su
amante andaba ya en silla de ruedas antes de morir de un derrame
cerebral, y ahora no sabe qué va a hacer, las cosas se han puesto muy
difíciles en esta ciudad.
A ella también le gusta el rap, odia
las películas de vampiros, y cuando no es capaz de dormir se pone a
pintar vacas, vacas bajo la luna. «Con estas manos». Y al verlas se ha
posado en mi mente ese verso de E. E. Cummings, «nadie, ni siquiera la
lluvia, tiene unas manos tan pequeñas.»
Así que a la puta calle.
«Dos días me quedan. Pero no voy a llorar.» Y lo ha dicho soltando una
aguja de espuma por esa su boca de princesa de ningún reino animal.
¿Cómo reconfortarla? Tal vez con este «fado de la limpiadora» de
Pereira, o con este poema torrencial de Sara... Pero no he podido
hacerlo porque ha irrumpido en el bar una mujer saludándola a voces. Y
se ha acercado a ella, y se han besado. Y luego se han puesto a hablar
en un idioma... un idioma del que por desgracia tan sólo conozco la
palabra «niet». El ruso es una lengua de seda pero muy complicada. Sin
embargo ella siempre me ha hablado en un castellano impecable. Y al
despedirnos me ha parecido oírle algo sobre la piel... No hay que
conservar nada de nada. La belleza de las cosas está, más que en
ganarlas, en perderlas. Eso le iba a decir, pero en esos momentos
hubiera resultado ridículo.
Fuente: diario de León
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