Durante los últimos años, parte de la poesía femenina se ha vestido
con la dureza que el poso del realismo sucio había dejado en nuestras
seudo-vidas literarias. También imágenes fetales, ahorcamientos de
cordón umbilical alumbrando versos indiscutiblemente femeninos, unos más
afortunados que otros, han creado parte del escenario de la poesía que
pertenecía a las mujeres, a mujeres fuertes, decididas, que cedían el
testigo de ser musa a quien desease ese tipo de papel pasivo dentro del
poema.
Hubo buenos poemarios, pero también mucha basura.
En Pan para la princesa no hay nada de ese poso. Y se agradece.
No es un libro fácil y quizás eso sea lo que lo haga interesante. La
estructura no está formada por poemas al uso, por versos definidos en lo
que en nuestra cabeza entendemos por poesía tradicional
(independientemente de la rima o la métrica), pero tampoco es prosa
poética, al menos durante todo el texto. Es un poco de todo eso que no
es y un mucho de todo aquello que ha querido ser.
Para afrontar la lectura del libro hay que despojarse de las ideas,
de todas, vaciarnos y permitir que el texto se apodere de nosotros sin
tapujos, sin concesión. Sólo así es posible realizar este viaje lleno de
altibajos anímicos con aliento de monstruos infantiles que nos hablan,
que nos cuentan y, a veces, no estamos seguros de que no quieran
dañarnos.
El libro es Elise, o, mejor dicho, el corazón de Elise intentando
convertirse en palabras y eso sólo puede sucederse de manera
desordenada, caliente, fría, intensa, perdida y onírica. Por eso a veces
vive en una canción, se desangra un cuento en sus ojos, nace en su boca
E.E. Cummings o se quiebra cuando folla mientras, sus manos, intentan
guardar miguitas de pan para no olvidar a la Princesa.
Disfrútenlo, no todo el mundo se atreve a regalar su piel.
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