Por qué nos gusta tanto Alberto Santamaría
Profeta en su tierra, la semana pasada Alberto Santamaría presentó en Santander su último libro, el poemario 'Interior metafísico con galletas'. Como suele ser habitual en las lecturas de este escritor cántabro -y algo extremadamente raro en los actos poéticos que tienen lugar en nuestra ciudad-, la sala estaba llena, y además de un público especialmente entregado. Tanto, que incluso la sesión acabó resultando breve, según comentaban los asistentes, vino en mano, en los corrillos que se formaron tras la presentación. El tirón del poeta, incluso en una semana sobrecargada de citas literarias, resulta cada vez más notable. En la cultura regional, hace años que Alberto Santamaría (Torrelavega, 1978) es una referencia ineludible, con su incansable labor al frente de ciclos, publicaciones y actos que acercan a Cantabria lo más novedoso de la poesía española. Pero es que en el resto del país la situación no es muy diferente: entre los escritores, especialmente los poetas más jóvenes, es una figura capital, por la que profesan auténtica devoción y expresan sin titubeos en medios como el blog 'After-post', entre otros. ¿Por qué? ¿Cuál es el secreto de su magnética capacidad de seducción?
Remedar a Chirico
La primera intención es llamarle y preguntárselo directamente; no en vano, Santamaría es filósofo -enseña Estética nada menos que en la Universidad de Salamanca-, y si no tiene una interpretación preconcebida, no le cuesta mucho improvisar una teoría instantánea. Comunica; incluso en plena era digital perviven las dificultades técnicas, de modo que me centro en el libro que ha publicado la editorial El Gaviero.
Lo cierto es que, antes incluso de empezar la lectura, el libro llama la atención. El mismo Alberto Santamaría, en la presentación, dejó claro que el aspecto formal de sus libros le había predispuesto a aceptar la oferta de la editorial. Encuadernado en guairo, con una cubierta absolutamente sobria y clásica -cartulina gris acanalada, garamond en magenta-, sin embargo tiene cierta voluntad de barroquismo que arruina la bella austeridad que presagiaba: después de la página de derechos hay una ilustración en color, y tras el texto se incluye una bolsa de plástico con una lámina -al parecer, se ha troceado una obra en ocho piezas, que se incluyen en otros tanto libros de la misma colección-. Sin entrar a valorar la calidad de las obras, ¿realmente necesita la poesía de tanta profusión de aderezos?
Ya desde el título se adivina la voluntad lúdica de Santamaría. El original de 'Interno metafisico con biscotti' está colgado en un museo de Texas; imaginamos que por eso -por lo desorbitante de los derechos de autor, vamos- la ilustración la página 5 es una composición que recrea el óleo de Chirico, y no el cuadro que el italiano pintara en la Ferrara de 1916. Una lástima, especialmente por un detalle: en las galletas que pintó el bueno de Giorgio puede leerse claramente «Albert». Un mensaje cuando menos inquietante.
Antes de adentrarnos en los versos, un nuevo aditamento: se incluye un prólogo correctísimo en lo canónico, pero que no resulta absolutamente necesario. Ni el autor es un desconocido que precise presentación, ni se trata de una edición crítica.
Diario de viaje
La primera página responsabilidad directa del autor lleva tres citas; destaca sobremanera la de Pemán -a quien cuesta imaginar entre las lecturas predilectas del poeta-, que dispara con postas a Chirico: «Nunca se había transitado tan velozmente de la cerveza al cuadro que puede llamarse 'interior metafísico con galletas'». En este punto, la simpatía por la víctima nos hace inclinarnos ya a perdonar un título tan justificado como desafortunado. Y es que la primera parte del libro se titula 'El crucero del metafísico'. Por fin la alta tecnología funciona y el propio Santamaría empieza a deslizar pistas vía telefónica: «se podría decir que es una especie de road movie metafísica». Durante años estuvo dando vueltas a esa idea. «¿Qué será eso que nos hipnotiza/ más allá de la materia», se pregunta en el primer poema. Al fondo, el humo de una fábrica vuelve el cielo color mostaza. Más sellos de la casa: ácaros, problemas de vejiga, pelucas o Mickey Mouse se entremezclan con citas de John Cheever, el poeta preferido de Santamaría aún sin necesidad de haber escrito jamás un verso, tal como confesó en la presentación, justo antes de admitir que copia con descaro, que se apropia de todo lo que le gusta y no le importa admitirlo. En las antípodas del plagio, ojalá aprendieran de él ilustres del 'copy&paste'.
Himno al espectáculo
El plato fuerte, sin embargo, aguarda en la segunda parte del libro, titulada 'Himnos'. Y es que el primero, dedicado a Angels Barceló, es quizá uno de los poemas más redondos que se han publicado en lo que llevamos de siglo. Antes de recitarlo, el poeta se siente obligado a una mínima contextualización: «me impresiona de la periodista que es capaz de relatar una gran tragedia o la mayor trivialidad con idéntico gesto». Así, con ese topic-switching, se desliza un poema vibrante y rítmico, preñado de amor televidente, en el que nos dibuja una escena tan costumbrista -cena frente al televisor- con una profunda reflexión relegada al 'fuera de campo'. La belleza como señuelo, la pulsión erótica, la banalización del dolor, la mercantilización de la información, incluso el absurdo amplificado por el mecanismo de los grandes medios, todo un análisis de nuestro mundo se encierra en apenas tres docenas de versos, pura ironía con una carga de profundidad que estalla en la primera lectura.
El secreto
Todo el mundo adora a Alberto. Con su perilla y su sonrisa sardónica, con su ropa negra y su pinta de músico indie -que lo fue, y esa historia la contaremos pronto-, es imposible no hacerlo. Sobre todo, cuando uno lee su 'Himno', o le escucha recitarlo, y siente que acaba de coronar el Tourmalet. Y es que el verdadero talento de Santamaría radica en ser capaz de construir un discurso complejo con los más humildes materiales: lenguaje de a pie, escenas cotidianas, cultura popular. Filosofía de bolsillo, cartografía de nuestro tiempo. Pero, sobre todo, poesía de alto voltaje. ¿Cómo no quererle?
Fuente: El Diario Montañes
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