Terminators, Doctores Jekyll e Mr. Hydes, X-men, gente con bypass, el Capitán Garfio, o Lobishome... Desde hacía años, estaba claro que la nómina de híbridos en el planeta Tierra no podía quedarse tranquila sólo con la sirenas, los centauros, las manticoras, los grifos y las maricastañas. Esos triunfaron como híbridos en los tiempos de precisamente Maricastaña, pero no de los Tiempos Modernos que inaugura Chaplin-Charlot hibridado en la maquinaria del sistema. Los tiempos son híbridos por un lado e hiper por el otro y juntos forman un Zeitgesist Frankenstein al que ya ni se le ven las costuras. Los hiperhíbridos siguen ese camino torcido, son una suma mal efectuada que arroja el resultado de un monstruo en algún punto familiar, en algún punto espeluznante y en conjunto tierno. Pero no se me queden en la superficie: contemos su tierna y escabrosa historia.
Érase una vez que se era un circunspecto pintor del norte que había sido adiestrado por los jíbaros en el tratamiento, macerado y conservación de las cabezas cortadas. Pero mucho mucho tiempo antes de esto, nuestro circunspecto y fiel amigo había transitado por diferentes estilos pictóricos, muchos de ellos descorporeizados y deshumanizados, como Demasiada calma en la ciudad –una serie basada en cornechosemblemáticos de A Coruña, desde La Bombilla al cine Avenida con la peculiaridad de no mostrar ni un solo ser vivo en ellas, ni siquiera un perroflauta perdido- o diferentes bodegones o bazares en los que convivían pacíficamente muñequitos de Popeye con latas de anchoas El Veleroo bombillas marca Coltrane. Estas naturalezas muertas o moribundas resultaban enormemente satisfactorias. Pero gente... ¿quién necesitaba a la gente teniendo aspirinas, libros de Giotto y a Chet Baker? Sus formatos resultaban, con mucho, más seductores.
Sin darse cuenta, nuestro circunspecto pero entusiasmado personaje se vio hechizado por ciertos objetos que destacaban entre los demás con luz propia: se abrían y cerraban como válvulas, con hermosas caligrafías en su lomo, y estaban llenos de cosas que pasaban en la más absoluta quietud y silencio, un silencio como de scriptorium en un amanecer de resaca: los libros. El pintor pintó y pintó columnas de libros y gente con libros, incluso gente encerrada en el óvalo de su intimidad pero, eso sí, siempre con libros. Los espió por un agujerito y se convirtió ya no solo en voyeur sino también en bibliomaníaco. Libros que volaban, que hacían levitar, que aterrorizaban a sus dueños hasta la bibliofobia... Es más, veía un cuerpo desnudo y le parecía que le faltaba algo, un Tolstoi sobre la cabeza o un de Beauvoir en la mano izquierda, abierto en sus celulosas carnes. Se obsesionó con los libros. Los compraba por miles, les sacaba fotos, dormía con ellos tapaditos e incluso, en un rapto de mística devoción, llegó a zamparse seis párrafos de la página 32 de un Vila-Matas. Se atragantó, naturalmente, pero en los segundos en que luchaba contra la asfixia, el gramaje y la tinta en cuerpo de letra 12 vio la luz: los libros habían sido escritos por alguien, alguien blandito y dibujable, con pinta de no ir a decir nada inteligente pero capaz de escribir el Ruido y la Furia a nada que lo dejases solo bajo un porche con un té y unos bizcochos.
Así que nuestro amiguito, el circunspecto y a veces algo delirante pintor del norte, se obsesionó de nuevo: esta vez con los escritores. Los retrató con devoción, deleitándose en cada una de las arrugas de la frente de Robert Walser y con especial regocijo en el ojo semicerrado de Borges. Era un modo de penetrar en sus cerebros, cerebros de escritores, sí, lo que le obsesionaba en el fondo eran sus cerebros... como a esos zombies que andan por ahí a la deriva, hoy en el cementerio y mañana en senados y cortes, sin oficio ni beneficio, salivando, deseando llevarse a la boca los hemisferios derechos o izquierdos en los que el talento para la música paga su alquiler mensual, hambrientos de bulbos raquídeos, cerebelos o de esos cuerpos callosos nuestros -que tan bien maridan con unos garbanzos y un Alfa Spiga 2006 Ribera del Duero-.
En fin, en su indagación nuestro cada vez menos circunspecto pero sí más exaltado pintor del norte entra en contacto con culturas devotas de la cabeza humana, desde la renacentista hasta la jíbara, desde la zombie a la desaparecida en la isla de Pascua. Y en su apoteosis extática investiga cabezas y lee libros, investiga libros y lee cabezas, hasta que una noche de luna llena bajo la que lee a Valle-Inclán deja escapar una involuntaria risilla maliciosa, nota un picor del pelo que le está brotando con furia tras las orejas y sobre la nariz, se ríe cada vez más alto y más maliciosamente y en absoluto para nada circunspectamente. Se ha decidido: RODARÁN CABEZAS. Los escritores son seres por naturaleza empáticos aunque nadie asegura que vayan a ser simpáticos, pero empáticos sí, se ponen en la piel de los demás, calzan cuerpos que les vienen grandes, se imaginan seductores y misteriosos, incluso escriben diálogos como si fuesen seductores y misteriosos cuando en realidad tartamuedean y el aliento les apesta a garbanzada, o se ponen en el lugar de un paranoico, un vaquero o una fugitiva aun cuando en el mundo real son ciudadanos de bien que pagan sus impuestos y murmuran azorados Gracias tras la vuelta de la cajera en el súper.
-Jugando a ser siempre lo que no sois, eh? –nuestro amigo pintor se carcajea con los colmillos fuera, un aspecto para nada circunspecto-. Yo os daré lo que no sois, amigos, yo os daré. ¡Jajajajaja! ¡¡¡Aquí van a rodar cabezas!!!
Y dando un trago a su viejo botijo se pone zarpas a la obra. Pronto rueda por el suelo la cabeza del propio Valle, don Ramón María con sus gafas de friki, y a ella se le suman las de otros dos conocidos Ramones de la época: Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna, con una greguería a medias en los labios gordezuelos... Unas poses punkies por aquí, cazadoras de cuero y chapitas por allá... Voilà. Han nacido los primeros hiperhíbridos de su especie: Los Ramones.
Se destapa la caja de Pandora. Nuestro furibundo e iluminado pintor del norte corre de un lado a otro, de estantería en estantería, con la sangre turbia de tinta china y ahí ruedan las cabezas de sus ídolos: Bukowski, Juan Rulfo, Beckett, Pla, Borges, Kafka, Artaud, Marías, Poe, Burroughs... nadie se libra de la masacre, ni los niños ni las mujeres: Simone de Beauvoir, Sylvia Plath, Amèlie Nothomb, Emily Brönte, Alejandra Pizarnik, Rosalía de Castro o Fuertes, me refiero a Gloria: todas caen presa de su euforia. Con una pasión de cirujano-en-TV-movie elige sus nuevas víctimas y sus nuevas identidades, sus asociaciones de celebrities a veces al azar dadá, otras veces razonables: Proust sólo podía encarnarse en la esponjosa muchachita de la Bella Easo y Hemigway en un cuerpo espirituoso como el del Capitán Haddock. Pero, ¿había algo en su genoma de narradores intradiegéticos que relacionase a Bolaño con Harry Potter o a Clarice Lispector con una conejita Playboy? Sólo nuestro querido, nuestro lunático pintor del norte podría saberlo.
Habían nacido. Y habían cicatrizado los hiperhíbridos.
Estíbaliz Espinosa, decembro 2011
Textos: Basho Bin-Ho
Prólogo: Eloy Fernández Porta
ISBN: 978-84-15048-04-6
PVP: 18 €
148 páginas micro-perforadas
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