ME
RETIRO A TU INFIERNO
El
fuego lo creó (el hombre). El infierno, Óscar. Oscar Santos Payán. Su Infierno,
no se asusten, es una diapositiva, una instantánea que sostiene alguien, un
fotograma a punto de velarse, un impulso, una explosión en la que caben muchas
horas. Belleza, pues. Ese alguien nos espera en la lejanía, en la distancia que
marcamos para ¿vivir?, ¿soportar?, ¿amar?, ¿sentir?...
Es
una mujer, sí, observo que sujeta algo entre sus manos. La curiosidad,
infatigable compañera, me puede y me obliga. Voy hasta ella. Nos besamos, nos
miramos… laberinto vital allá donde los haya. La tomo en brazos y buscamos el
vacío, el hueco… y en este juego de miradas y trayectos, en este ritual de
aguda metamorfosis, no existe ni el vacío ni la nada. Existe la materia. Mide
19 cm. de largo y 14 de ancho. Ella, él, diminuto y necesario, nos sostiene
ante el vértigo de la duda. Precipicio de tentaciones.
Somos
dos seres humanos, cogidos el uno al otro, amarrados a cualquier lado. Somos
buscadores de excusas con acento.
Improvisamos
la vida, buscamos el final, el sentido, lo bello, lo efímero, la pereza, la
gula, queremos sentir la coraza, el abrigo de las trincheras. Queremos estar a
tu lado, Infierno.
No
puedo decir dónde me encuentro. Pero quédense tranquilos, que todo me protege.
Entre mis manos, un poemario. Me lo regaló aquella chica que conocí el verano
de los juegos de azar. Se titula “Infierno sostenido” (El Gaviero Ediciones). Ella, obsesionada con
medirlo todo, me enseñó la métrica que ahora susurra alguien a mi lado. Óscar.
Leo,
y comprendo que: —No existe el fuego ni el miedo. El rostro ni la máscara.
Leo,
y en mi mente/retina se proyecta este Infierno que es: —Antídoto de
tempestades, manual de vida, caja de caudales donde reposa el tiempo, cuaderno
con lugares en relieve, camisa limpia, cuerpo abierto, sueños atrapados,
guerrillas infinitas, caminos diminutos, palabras rotas, furia, amor,
necesidad, pasillos, sangre, muerte, lugares sin hacer, movimientos oculares en
cascada, aroma que nos posee, palabra que nos habita, sincera confesión que me
anestesia inyectando el placer que deshace mis horas y las convierte en moneda
de cambio para un estado de felicidad sostenida en el infierno que aniquila su
metáfora.
Los
versos de Óscar son esto que escribo, y todo lo demás. Y todo lo demás somos
nosotros.
En
realidad la mujer nunca existió. Los besos y los versos, sí. Óscar Santos,
también.
Y
el Infierno, hábitat ahora de mis ausencias, es el lugar que siempre busqué, el
calor de la palabra que Óscar comparte. Porque Infierno somos todos, por dentro
y por fuera. Lo difícil es entrar sin quemarse y salir convertido en un átomo
invencible, en un héroe que juega en el más peligroso de los tableros: la vida
misma. Óscar convierte la rutina cotidiana en placeres tangibles. Remueve los
sentidos, protesta por el triste invento en que nos han convertido, sí, pero, a
la vez, nos lanza a un altar donde reencarnarse es tan fácil como dar nombre a
lo que nos rodea. Precipicio de oportunidades.
Lo
siento, pero me retiro: El paraíso (el mío) es el Infierno. Su arquitecto,
Óscar Santos. Sus versos me dan lo que nunca, en el otro lado, podré tener.
Otro
mundo es posible. Te lo aseguro. Vivo en él.
Si
me acuerdo mandaré postales. De 19 x 14. Color naranja. Y de materia ignífuga, como
estos versos:
“Mis átomos te odian
buscando los placeres de tu vientre,
y mi esperanza es hielo en el desierto
porque los hombres compran tu castigo
y lo consumen postrados rezándote.”
buscando los placeres de tu vientre,
y mi esperanza es hielo en el desierto
porque los hombres compran tu castigo
y lo consumen postrados rezándote.”
Fuente: El cuento del loco
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1 comentario:
He leido completamente el artìculo y me ha gustado mucho;la frase con que lo concluyes es excelente,me la he copiado parar aprendermela de memoria.Un abrazo.Maria Z.
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