Buscábamos razones para regalar poesía en Navidad y estas fueron algunas de las respuestas que nos dieron:
porque siempre es mejor regalar poesía que unos calzoncillos o unos calcetines...
Pepe Olana, editor y librero
Porque de pequeña nunca me regalaron la casa de Cásper, de mayor pido mucha poesía. Una cuyos versos sean fuertes, y no de plástico, con la que poder construir mi verdadera casa.
Luna Miguel, escritora
La poesía contribuye de modo sustancial a hacer mejores ciudadanos. Es decir, nos hace o nos debería hacer más tolerantes, más solidarios y más persona, en el sentido griego de esta última palabra.
Manuel Borrás, editor
Creo que, justamente en Navidad, andamos necesitados de cosas que no hagan ruido. La poesía quizá no tenga otra cualidad más estimable que la de inducir silencio, sobre todo si los poemas no riman y son cortitos y abren en la página grandes espacios en blanco.
Alberto Olmos, escritor
la poesía te revelará tantas cosas bellas... Lo agitará y recolocará todo en tu cabeza y en tu corazón. Te acompañará al clímax de la vida porque, a diferencia de otros, la poesía estará contigo para siempre. Regalar poesía es regalar mariposas, estrellas, libélulas, lunas, olas del mar...
Lucía García Rodríguez Directora de LABoral Centro de Arte y Creación Industrial
porque tarde se aprende lo sencillo. porque el agua de sifón sabe a pie dormido. porque debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. porque no era el amor y se llamaba antonio. porque poesía es esto y esto y esto y... porque el mundo, si no regalas poesía, se hará más pequeño y acabará, inexorablemente, tragándote con sus dientes afilados
Alberto Santamaría, escritor
Una buena razón para regalar poesía en Navidad es que los romanos por estas mismas fechas se regalaban libros de poemas o incluso poemas sueltos que acompañaban a los regalos. Nosotros, seamos cristianos o paganos, ateos, agnósticos, indiferentes, o de cualquier otra religión, somos sustantivamente romanos. Ellos afrontaban estos días de oscuridad y de frío regalando poemas con motivo de sus fiestas.
Juan Antonio González Iglesias, poeta
No encuentro ningún motivo para reglar poesía por Navidad, porque no creo ni en los regalos ni en el nacimiento de un ser extraordinario. No me gusta vestirme con las ropas del evangelista de la verdad, porque para eso están los poetas. Ellos me enseñan que el ser humano, que tú y yo, somos seres autónomos, independientes y responsables de nuestros actos. Es la lectura de los poetas y su poesía, todo el año, la que forma mi empeño crítico contra una sociedad que es educada en el descrédito de la fortaleza de su comunidad. La poesía es una contraenseñanza al margen del calendario y las ofertas.
Peio H. Riaño, periodista
POR QUÉ REGALAR POESÍA EN NAVIDAD
En “Libellus de nativitate domini”, un relato algo críptico –cómo si no– de Jorge Luis Borges que formó parte de la colección Borges, el otro y yo (Buenos Aires, Trigo Macareno Editores, 1951), uno de los personajes, Ludovicus Holmesterius, viejo profesor neerlandés de Arameo en la especialidad de Filología Bíblica Trilingüe de la Universität Tübingen formado en la Maastricht Universiteit, se convierte en el hilo conductor de una investigación que demuestra fehacientemente la antigua teoría de que los magos o sabios o reyes –posibilidad esta última menos verosímil, y, por eso mismo, más literariamente sensible de cuajar en el imaginario tan voluble de la nuestra especie‒ que fueron guiados por la estrella (o cometa o luz fulgurante en términos generales: las posibilidades se bifurcan o estallan en múltiples direcciones) desde Oriente, tierra y hogar de Ariosto y de los árabes, estos tres varones santos de luengas barbas y tez variada como un anuncio de unitedcolorsofbenetton que vicariamente representarían la plenitud de las naciones arrodillada ante su rey todopoderoso reencarnado en el salvador de la humanidad, estos hombres que se humillaron ante el infante recién nacido en el pesebre de Belén por imperativo del imperio y de la gestación a término de la hembra humana, dejaron a los pies del considerado desde entonces por sus discípulos tras sucesivos movimientos pseudoheréticos cordero de dios, chivo expiatorio, enviado, el Enviado, en cumplimiento cabal de las obligaciones narrativas inscritas en las profecías antiguas de orden canónico, no dejaron, defiende Holmesterius, cuyas teorías algo heterodoxas ponen sin pretenderlo y sin plan preestablecido cabeza abajo de manera erudita la cronotopografía literaria más al uso, no ofrendaron el oro, el incienso y la mirra que sin ningún detalle narrativo o justificación estructural dignos de mención asegura el evangelio canónico de Mateo (2, 11) fueron el regalo o tributo u ofrenda, sino que entregaron al impúber, que, despreocupado y atento (en una de esas paradojas que tanto gustan a los elegidos y que será marca de actuación futura en su vida pública: dejad que los muertos entierren a sus muertos, mirad los lirios del campo), dormitaba arropado por la calidez bovina y la tozudez de la mula y protegido por las legiones angelicales, algunos manuscritos con escolios y adendas, códices miniados por manos ateridas cuya textura y pigmentación no volvería a verse hasta varios siglos después, papiros bellamente adornados con letras capitulares copiadas posteriormente por las distintas escuelas aldinas, legajos varios impregnados en aceites protectores para conservar delicadísimas tintas naturales, pieles repujadas y alisadas para aceptar inscripciones, soportes todos ellos conteniendo colecciones de versos en lenguas notas e ignotas, en alfabetos manieristas o caducos, en reuniones y asociaciones glíficas de potencia desconocida, i.e. líricas efusiones griegas premonitoriamente sáficas, poemas épicos con vaguedad inspirados en héroes arquetípicos y reales, epístolas morales con trabajos y con días, cantos amorosos cuajados de pechos cual cántaros de miel y reyes embriagados por licores inmediatos, punzantes variedades epigramáticas, caligramas y acrósticos de altísimo valor artístico los primeros y de voluntaria oscuridad los segundos, himnos desatados, salmos medidos y melódicos, diálogos pastoriles de todo melancólico, brevísimas composiciones sobre la naturaleza, en ocasiones también sobre algún tipo de anfibio, aforismos crípticos y veladas alusiones filosóficas a los elementos primigenios (variadas formulaciones sobre el ser, que incluían los números también), notaciones musicales en escalas inauditas, runas escandinavas, tiradas de versos mántricos, bestiarios verosímiles, cosmogonías sintácticas, almanaques ilustrados, cartas de navegación con indicaciones confusas pero imposibles de soslayar por la capacidad embaucadora de las palabras, mapas con ciudades que limitan con ellas mismas, atlas que apartan al viajero, con embelecos rimados, de su destino y le proponen, sin que él mismo lo perciba porque ha caído en el abismo de la sinestesia, un éxodo de sí mismo, leyendas acerca de seres híbridos y hermosos, encendidos versículos plagados de desahogos dionisiacos y extáticos, lenguas vivas, lenguas muertas, cada poema con su piedra rosetta incorporada.
Añade el narrador del relato, en nota a pie de página, que quiso el Destino, comparado este con una hormigonera acelerada en osada metáfora industrial y notado en mayúscula por estrategia magnificadora pero no mixtificante, que Holmesterius, asiduo partícipe en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Tierra Santa en calidad de asesor representando a su universidad, acompañara a los anticuarios (otras fuentes apuntan a responsables de museos públicos o funcionarios de la cultura o, no es descabellado, expoliadores o contrabandistas experimentados) que en el año de 1947 negociaron sin contemplaciones con Jum’a y su primo Mohammed ed-Dhib, los dos pastores beduinos de la tribu Ta’amireh que habrían encontrado enterrados en una cueva de Qumrán unos rollos con documentación sobre la secta de los Esenios y que serían desde ese momento los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán.
Esto es lo que contaban, según el elusivo narrador del relato, los rollos que conservó Holmesterius (hoy en paradero desconocido) tras aquella reunión con los beduinos: que el regalo epifánico, el presente revelado, el obsequio de la manifestación, fueron los versos pasados y futuros (en esto difieren las versiones, que se mueven entre la alegoría y la profecía) transportados por los magos, guiados por la luz, al pesebre. Termina el relato de Borges como terminan todos los relatos que de verdad importan: sin final (tampoco sería esta la ocasión mejor para explicitarlo, en caso de tenerlo). Sí que se consigna que, según mantienen en todo caso algunos viajeros avezados, es costumbre todavía entre algunas comunidades de beduinos desperdigadas por las zonas más inaccesibles entre Jericó y Masada, en la orilla más fértil del Mar Muerto, reunirse en torno al fuego cada vez que nace un niño y compartir versos compuestos para la ocasión, en ambiente festivo con gran profusión de licores y danzas al ritmo de sincopadas melodías. Ningún otro regalo llevan al recién nacido excepto las palabras de la comunidad traídas desde los extremos del valle, desde las profundidades de las gargantas, lejanas, oscuras; ningún otro regalo sino el rimado presente de la voz común, el obsequio de la palabra clarificadora o de la metáfora brillante (que, también en nota, el narrador borgiano quiere identificar con la estrella y los ángeles, esos seres de luz), las cuales, según se desprende de las crónicas literarias de estos viajeros, si se entregan de corazón, se convierten en calor y en pan y en telas estampadas y en amor y en futuro.
Javier García Rodríguez, escritor
www.elgaviero.com
2 comentarios:
Yo pasé unas navidades horribles buscando el Cuaderno de Nueva York de José Hierro para hacer un regalo. Mi ciudad, Valladolid, tiene o tenía muchas librerías, pero ese año me llevé la extraña sensación de que aquel ejemplar rojo de Hiperión era un regalo difícil, que más gente había pensado igual que yo o, simplemente, que José Hierro se había convertido en un best-seller inencontrable por falta de previsión de la editorial. Fue extraño y reconfortante a la vez, pensar que había mucha mucha mucha gente leyendo poesía por las calles, en los autobuses, en los bares de moda. Pero fue sólo eso, una extraña ilusión de la navidad.
Gracias por compartir con nosotros la ilusión
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