Foto: Ana Santos Payán
El mar, aún más cerca. Diario de abordo (fragmentos).
Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa; después perdí el mar, todos los lujos me parecieron entonces grises, la miseria intolerable. Desde entonces, espero. Espero los navíos de vuelta, la casa de las aguas, el día límpido.
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Solos también con el horizonte. Las olas vienen del este invisible; una a una, pacientemente; llegan hasta nosotros, pacientemente, se van hacia el desconocido oeste, una a una. Larga travesía, jamás iniciada, jamás terminada… El afluente y el río pasan, el mar pasa y permanece. Así habría que amar, fiel y fugitivo. Me caso con la mar.
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Justo en mitad del Atlántico nos inclinamos bajo los salvajes vientos que soplan interminablemente de uno a otro polo. Cada grito que lanzamos se pierde, se vuela en espacios sin límites. Pero ese grito, llevado un día tras otro por los vientos, abordará por fin uno de los extremos achatados de la tierra y resonará largamente contra las paredes heladas hasta que un hombre, en algún lugar, perdido en su concha de nieve, lo oiga y contento, sonría.
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Siempre he tenido la impresión de vivir en alta mar, amenazado, en el corazón de una felicidad regia.
Albert Camus, El Verano, 1953. (Traducción de Rafael Chirbes para Alianza).
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