Leo a Estíbaliz Espinosa y la recuerdo cantando en el Ateneu de Barcelona durante la celebración de las Jornadas Poéticas de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña, ACEC, el pasado mes de noviembre. La conocía como poeta y como actriz, oírla cantar fue una sorpresa de lo más agradable. Y ahora, con su libro Papel a punto de en las manos, recién llegado desde Almería, -agradabilísima edición, con esa sabiduría y contención estética que aplica siempre El Gaviero a sus publicaciones-, escucho a New Order y me pregunto qué se perdió o qué se ganó en el paso de Joy Division a New Order, además de perder a Ian Curtis, se entiende. Mientras me lo pregunto, y busco alguna respuesta entre el punk, el post-punk o la música electrónica, leo a Estíbaliz y ni siquiera sé si a ella le gusta esta música que estoy escuchando, pero creo que le va bien a su libro y también va bien a lo que voy a escribir sobre él ahora.
Estíbaliz Espinosa es la Galicia que yo más quiero, la Galicia que ama su lengua, la Galicia que no cumple con los estereotipos y a la vez es la más gallega de las Galicias: la Galicia cosmopolita, la Galicia que no se acompleja, la Galicia que se renueva a cada instante, que vive en el ahora como única oportunidad de construir. Pero Estíbaliz no habla de su tierra en este libro, aunque nos informa que originalmente fue escrito y pensado en gallego. Aquí Estíbaliz escribe sobre la materia, no la materia poética, no la materia teórica de la existencia, sino sobre la materia sobre la que se escribe el poema: la página.
Dice ella en uno de los poemas:
“de entre todas las formas de hacerte inmortal
escogieron esta
(…)
esta página. (…)”.
Esta página, tal vez ahora en la pantalla de un ordenador, es el aquí y ahora. Imaginar un futuro, un mañana, la inmortalidad vanidosa que otorga la literatura, es asomarse a la especulación o la inexistencia. Es así, Estíbaliz escribe sobre cosas esenciales, nada de las vacuidades a las que tantas poéticas nos tienen acostumbrados últimamente, ella va a la materia como los dioses afirman su identidad, es el presagio no de la inercia, sino del camino pisado conscientemente; y construye retazos inacabados, trajes que son un lenguaje suyo, propio, nuevo a los ojos de los demás. Construye metáforas –esa fórmula o antigualla de la poesía que sigue funcionando- de una manera maravillosamente heterodoxa:
“De nuestro afecto por la proliferación de la materia nacen dos patologías: la ciudad y el cáncer. Ambas tiene que ver con el miedo a morir”.
Al fin escribe sobre los tiempos modernos, sobre los tiempos de la incertidumbre, no sobre lo inmaterial de la existencia, sino sobre la cosificación de lo humano, y sin rendición o vergüenza estira del hilo y usa de la tecnificación o de la ciencia ficción o de la robótica o de la ciencia en sí (¿algo nos hará alguna vez comprender la materia?) para comprender lo que somos:
“Nuestra inmensidad. Tenemos que verla reducida
a texto”.
Es decir, en el caso de Estíbaliz, talento rezumando en cada palabra, en cada imagen de este libro, que no acaba con su lectura, ya lo dice el último verso: eso no es todo, porque su autora ha sembrado una semilla en cada uno de sus lectores y las páginas u hojas de papel que componen este libro no acaba con él, se ramifican en nuestro interior hasta el infinito, lo mismo que New Order seguirá sonando hasta la extenuación en True Faith.
Agustín Calvo Galán
Fuente: Revista de Letras
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