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lunes, 25 de febrero de 2013

La nave de José Pablo Barragán por Antonio Mochón


Tras visionar cualquier telediario, entre sucesos, crónicas deportivas o políticas (estos días el gran debate sobre el estado de la nación), habría que preguntarse si la ciencia ficción no es en definitiva un componente estructural de toda narrativa, incluida la de nuestra existencia. La nueva realidad y su lenguaje propio, esa construcción cómplice de los medios y las instancias de poder difuso, se lo pone difícil a nuestro optimismo antropológico. Aquella suspensión de la verdad que admitía como buenos los taxis voladores de Blade Runner. La misma que hoy no tiene más remedio que admitir el apocalipsis seriado desde el sofá, en HD. La ciencia ficción está pasando una dura prueba: la de medirse con una realidad difícil de batir que hace que los relatos distópicos, de cándidos ejercicios de imaginación, se conviertan en inquietantes reflejos de nuestro tiempo.

Sea como sea, material narrativo y, ahora, también poético con La nave, de José Pablo Barragán, poeta sin problemas para versificar lo que le echen. En el poema “Soylent Green” se atreve con la actualización del clásico “Amor constante más allá de la muerte” en lo que vendría a ser un principio de ensayo sobre Quevedo y el materialismo. El alarde versificador tiene como colofón el poema “Tiempo y tiempos”, una versión ­­–traducción literaria– de “Tempo e tempi” de Montale.

Hecatombes, realidad virtual o mutaciones no son nada comparados con la imagen de un funcionario registrando la memoria del universo y completando así el mayor de los expolios, pues supone desposeernos de lo único que nos pertenece: nuestra muerte. El no-tiempo en el que se desarrollan estos poemas resulta que es el nuestro. Por eso La nave, además de maravilla científica, es una morada humana (Tomás Salvador, autor de La nave, primera novela española de ciencia ficción) para quien busca refugio de esa epidemia llamada felicidad de las masas. Los modernos dispositivos de placer (Lipovetsky) hacen realidad el mito romántico de la evasión a un paraje exótico o al menos algún sitio lo suficientemente alejado. Todo vale en la causa común de este gran simulacro, el último remanso en el que confiar y tener fe. “Por un precio asequible hacemos realidad todos sus sueños”: nuestros mitos convertidos en mercadotecnia. El grado más alto de consumo: consumimos nuestra propia historia.

“Mi vida son recuerdos implantados”, esta versión del verso machadiano, pasado por Philip K. Dick y mezclado con Ridley Scott, nos da idea del lugar donde nos sitúan los poemas de ciencia ficción de José Pablo Barragán: en el presente atemporal. El tiempo que predijo Eliot con sus hombres huecos convertido en la sospecha de si no estaremos ya hechos de recuerdos implantados. Las redes sociales, con Facebook a la cabeza, suponen el inicio de la impostura que nos cambia la ilusión de libertad por soledad. Aprender este nuevo lenguaje que nos dice supone manosear la mentira. Y esto no nos hará más libres, sino más perversos.

El Gaviero sabe moverse bien en lo limítrofe. Quizás porque en los límites es donde corremos el riesgo de encontrarnos. 


IMPOSTOR

We are the hollow men
T.S. Eliot

Esos huesos fundidos por el láser
que yacen ante mí fueron un día
mis huesos o eso hicieron que creyera
los científicos locos funcionarios
u oscuros oficiales del ejército
que vertieron cadenas de ADN
en el núcleo de un óvulo vacío
con quién sabe qué sádicos propósitos

No soy más que un fantasma una quimera
surgida de un matraz
en un laboratorio de genómica

Mi vida son recuerdos implantados
Nunca estuve en París No hubo aquel muro
junto al que descubrí cómo sabían
los besos a los quince
Mi hermana no murió en un accidente
jamás se entrelazaron nuestras manos


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lunes, 28 de enero de 2013

Mi Padre y yo. Un western en Granada es cool


Martes 29 de enero 20.00h en la Biblioteca de Andalucía (C/ Profesor Sainz Cantero 6). Entrada libre.

Hay libros que desbordan. Páginas que contienen letras pero que son incapaces de contener todo lo que éstas significan. Historias de las que apenas se nos presenta un corte longitudinal suficiente para cautivarnos precisamente por el material que falta, por lo que se intuye detrás. Hay libros que dejan un regusto duradero muy parecido a la felicidad. Mi padre y yo. Un western (El Gaviero, 2012) es uno de esos libros.
Camino de convertirse en un libro de culto, esta obra del almeriense Juan Manuel Gil se ha ganado ya el derecho de ser una de las mejores noticias editoriales de los últimos meses. ¿Por qué? Les dejo un apunte: el autor da en la tecla exacta para retratar un mundo muy particular, el que se crea entre un padre nada convencional y su hijo, y lo hace mediante unos brevísimos e inspiradísimos diálogos que trazan un camino de aprendizaje donde el humor señala, en un puzle que el lector enseguida reconoce y recompone, el camino hacia el amor.
Juan Manuel Gil estará en Granada presentando esta genial incursión en la literatura más inclasificable.
[Al teléfono]
Yo: Papá, ¿cómo estás hoy?
Mi padre: Espera, que es tu madre la que lleva ese asunto. Te paso con ella.

Escrito por Antonio Mochón 

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lunes, 14 de enero de 2013

Mi padre y yo. Un western de Juan Manuel Gil por Antonio Mochón

Mi padre y yo. Un western, Juan Manuel Gil

YO: ¿Papá, quién ha arreglado el termo?
MI PADRE: Sí.
(p. 13)

A pesar de cosas como esta, nada en este libro es absurdo. Al contrario, este librito de 37 páginas con prólogo del mismo autor es un calculado mínimo artefacto. Un libro que siempre da más: se lee en diez minutos pero también esto es una apariencia, porque se vuelve a leer una y otra vez, porque apetece. Un libro que merece más de una lectura es un buen libro.

Hay un juego ficcional sobre la autoría del libro. ¿Lo escribe el autor a partir de lo que dijo su padre? ¿Se lo inventa todo? Este recurso narrativo del manuscrito encontrado, dicho por otro, transcrito o inspirado en otro, tan tradicional, en un libro tan digamos exótico es parte del artefacto. Además del prólogo, está formado por brevísimos diálogos, muchos de dos intervenciones, llegando a admitir acotaciones, lo que los legitima como textos teatrales.

La figura del padre, burlona, cínica, evasiva en sus respuestas, es el tema central. Los diálogos al teléfono, a veces instantáneas delirantes, sortean con ingenio el riesgo de caer en la humorada fácil. Ser gracioso es todo un arte, nadie lo duda, y este padre no desmerece en sus conversaciones telefónicas al mejor Gila haciéndose el loco, jugando al despiste, desbaratando un discurso que, sin embargo, nunca pierde su sentido y, aún más, la emoción de fondo. Porque este libro se convierte desde el prólogo en un emocionado homenaje a la figura del padre, magnética, omnímoda, en la línea quizás de la grandiosa Fun home de una inspiradísima Alison Bechdel, o de Héctor Abad Faciolince haciendo lo propio con su progenitor en el entrañable El olvido que seremos. Juan Manuel Gil aborda el género del treintañero nostálgico que tan bien están popularizando el italiano Ugo Cornia o la citada Bechdel. En todos estos casos se da la presencia paternal como motor y detonante de la silenciosa bomba emocional contenida en nuestros apellidos.

En la dupla padre-hijo hay una química especial, obvia por una parte, pero inesperada. El hijo busca consejo y el padre devuelve un chiste tras otro. Y sin embargo el hijo aprende. Un método de enseñanza por evasión, por desvío, por silencio. Encuentro aquí esa creencia en que la verdad está en el interior de uno mismo. Una mayéutica desmitificadora y necesaria para cambiar el punto de mira y decirse de vez en cuando no es para tanto, nada de lo que hacemos es para tanto. Ni siquiera la escritura.

MI PADRE: ¿Qué buscas en ese cajón?
YO: Mi cuaderno.
MI PADRE: A ver si me vas a perder algo importante.
(P. 24)

Y hacerlo desde el humor y desde el amor, en ese duelo dialéctico de pistoleros, afilado y tierno como una tira cómica que enseña de un golpe de vista más que cien páginas de otra cosa. Construirse una presencia, una voz y un espacio, infundir respeto y admiración a partir del silencio. Esa lección vital que Juan Manuel Gil, personaje, le debe a su padre, personaje, y nosotros a los dos. La pega, quizás la única pega que le puedo encontrar a este libro es que termine en la página 37. El lector queda a la espera y esto, quedar pendiente de una espera que es casi lo mismo que decir albergar una esperanza, debe de ser un mérito añadido atribuible a ese padre y su manía, mal que nos pese, de callar a tiempo.

YO: Domingo soleado en el sur. ¿Se puede pedir más?
MI PADRE: Silencio.
(p. 17)



Fuente: Blog de Antonio Mochón


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