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jueves, 11 de abril de 2013

Mi padre y yo. Un western, de Juan Manuel Gil por Fernando Sánchez Calvo


Foto: El Gaviero Ediciones
Sesenta y ocho aforismos al servicio del diálogo. Sesenta y ocho debates entre dos entes dulcemente irreconciliables (padre e hijo) como lo pueden ser Dios y el diablo, el agua y el vino, el alma y la carne. Sesenta y ocho duelos irónicamente tensos donde las balas de «la humildad, el ingenio, la rapidez, el humor, la brevedad y el silencio (muchísimo silencio)» sitúan a vástago y progenitor frente a frente en dos espacios míticos para la familia: el hogar paterno y la variable franja sentimental de centímetros que traza la línea entre dos teléfonos.
No hay ni uno de estos duelos que gane Juan Manuel Gil en esta pequeña joya que la Editorial El Gaviero edita en su colección más anfibia, “Salamandria”, donde cada nuevo título se adapta en formato a lo que se cuenta. Y lo que se cuenta aquí, al estilo de las antiguas novelas del oeste que tantos cajones ocupan todavía, es una tierna derrota autobiográfica que el mismo autor asume y en la que rinde tributo a la figura paterna y, en concreto, a la figura de su padre, quien con tan sólo seis tipos de balas apunta, dispara y fulmina cualquier amago de soberbia por parte del hijo, cualquier traición a la humildad bien aprendida en casa y, en definitiva, cualquier alejamiento de los orígenes. Lo que ha escrito Juan Manuel Gil no es un conjunto de chistes, de anécdotas o de episodios más o menos graciosos. Lo que ha escrito Juan Manuel Gil es un manual del buen hijo que admira a su padre por todo aquello en lo que no le dejó ni deja convertirse.

Ahí va un duelo:
«[Al teléfono]
YO: Papá, ¿Cómo estás hoy?
MI PADRE: Espera, que es tu madre la que lleva ese asunto. Te paso con ella.»

Ahí va otro duelo:
«YO: Domingo soleado en el sur. ¿Se puede pedir más?
MI PADRE: Silencio.»
Y otro:
«YO: Me han invitado a un encuentro de poetas andaluces.
MI PADRE: Juan, creíamos que ya habías salido de todo eso.»
Y el último:
«YO: Feliz cumpleaños, papá.
MI PADRE: Juan, acabemos con esto cuanto antes. Suéltalo ya.
YO: Vale. Ahí va: te quiero.
MI PADRE: Yo también.»

¿Se pueden desmitificar tantas cosas en más o en menos palabras? Ni siquiera sé si procede la pregunta, porque lo que aquí importa es que las utilizadas por Juan Manuel Gil valen para que cada uno de nosotros, partiendo de estos duelos concretos, miremos con admiración a aquél que, por muy buen revólver que compremos, siempre acertará primero.



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viernes, 1 de junio de 2012

Interior metafísico con galletas de Alberto Santamaría por Fernando Sánchez Calvo



La metafísica es una parte de la filosofía que investiga acerca del ser y de sus principios, orígenes y causas primeras. 

Las galletas, aparte de estar muy buenas, son redondas (la figura preferida por los filósofos) y maleables (la textura preferida por los poetas). 

«¿Qué será eso que nos hipnotiza / más allá de la materia?» es una de las grandes preguntas que un incombustible poeta y crítico literario se hace en la última joya de la colección Guairo, quizás (aunque sólo sea por los once títulos ya publicados bajo esta franja) la más conocida de El Gaviero Ediciones. No es la primera vez ni la primera colección, no obstante, en la que metafísica y cotidianeidad comparten escenario en El Gaviero. Otro de los títulos más vendidos de la editorial, ¿Cuánto dura cuánto?, de María Eloy García (Colección “Cuarto Menor”), ya acertó a vislumbrar que es nuestras mascotas, en las cajeras, en las peluqueras y en la gente que nos rodea donde tenemos que buscar (léase, por ejemplo, De cuándo descubrí que la vecina del tercero B es la filosofía). Sea en las personas, como es el caso de la poeta malagueña, o en las cosas, como es el caso de Alberto, la materia prima para “entender” (en el significado literal de la palabra) la tenemos.

Pero volviendo a Alberto Santamaría y a su materia, es ésta, «¿Qué será aquello que nos hipnotiza?», una de las grandes preguntas y seguramente origen del resto de dilemas del libro, el que, a medio camino entre la filosofía (la cual nunca busca respuestas) y la eterna desventura del vivir cotidiano (el cual siempre las busca) encuentran el camino para hacer más visible lo visible. Si hay algo que no quede claro hasta ahora (seguro que todo), el magnífico, preciso y también metafísico prólogo de Rosa Benéitez al poemario dará más luz al lector que se enfrente a esta ni siquiera decena de poemas.

Lo único que esta claro, eso sí, es que hay que mirar de nuevo y mirar de un nuevo modo. Con nuevos ojos, con nuevas actitudes («No existir no es el problema. Tenlo presente / Es su propia naturaleza / la que nos retiene»), con nuevas aptitudes («Chupar /cabezas de marisco / es algo delicioso sólo a partir de los cincuenta») o incluso con nuevas asociaciones (Farfullando como un subastador con problemas de vejiga), con todo aquello que se quiera, pero siempre y cuando incluya la palabra “nuevo”. Al fin y al cabo un poema es eso y un poeta es ése: la nueva realidad que surge gracias a la asociación de dos antiguas realidades porque, eso sí: en la realidad y en la naturaleza de siempre es donde tenemos que mirar, sólo que de un modo distinto. Sólo así podremos comprender cómo una zapatilla de andar por casa puede llorar su soledad al lado de un sofá, cómo una piedra alguna que otra vez puede sufrir por no encontrar su esencia o cómo la misma Angels Barceló es capaz de narrar la noticia más anodina del mundo con la misma profundidad que podría relatarse el fin de nuestros días. Sólo encontrando una luz, una intuición, alguna explicación de soslayo en los agujeros de una galleta, a todo lo que nos rodea, podremos también comprender, maravillados, que dicha periodista merece ese himno.